Estamos sentados alrededor de la mesa.
Vos programando una aplicación con la misma emoción con la que un nene juega con su chiche favorito.
Te veo.
Te pregunto algo.
Y ya está.
Como si hubiese prendido fuego a una mecha, ahí estas vos, explicándome y contándome con lujo de detalles y eufemismos, la historia de como se creo tal cosa, o porque se le dice así a tal otra.
Y te escucho.
Me encanta escucharte. Podría pasarme horas hablando con vos y dejandote que me expliques la vida.
Hubiera dado todo por crecer con vos a mi lado.
Por haber vivido las locuras que viviste a tu lado, o por simplemente tener anécdotas con vos.
Me hubiera encantado que fueras mi hermano de verdad.