Los veranos de mi infancia
transcurrieron en un camping en Santa Teresita. Con mama íbamos casi todos los
años en la época de enero. Armábamos los bolsos, amarrábamos las bolsas de
dormir, la carpa y todos los elementos necesarios. Papa nos llevaba hasta la
terminal de micros de La Plata y comenzábamos el viaje.
Si tuviese que elegir mi lugar
favorito, seria ese. No era un hotel cinco estrellas, ni mucho menos un lugar
de muchos lujos, pero era mi lugar, donde hacia lo que mas me gustaba hacer,
con la persona que mas me gustaba estar. Al ser profesora de campamentismo y
educación física, desde chica mama trato de incentivarme a estar al aire libre,
estar preparada para todo tipo de situación.
La rutina era siempre la misma.
Cuando llegábamos armábamos la carpa, poníamos todas las cosas adentro y nos
íbamos a caminar por ahí. Después, nos íbamos un rato a la playa, donde mama
tomaba sol y yo jugaba en el mar y la arena. A la noche nos cocinábamos algo o
cenábamos en el restaurante del camping. Yo solía quedarme dormida mientras
esperábamos la comida, ya que siempre terminaba exhausta de las actividades
diurnas.
La gente del camping ya nos conocía, ir a ese lugar
era como ir a casa. Actualmente sigo yendo, pero no con la frecuencia con la
que solía ir. Sin embargo, cuando veo un árbol como los que hay en ese camping,
o cuando se acerca la época en la que solíamos viajar, siento los aromas,
siento como si estuviera ahí. Recuerdo todo, cada rincón, cada emoción que
sentí en ese lugar, y aunque las cosas hayan cambiado, siempre voy a seguir
eligiendo ese lugar y la compañía de mama.