Después de todo lo sucedido, más
el exceso de la rutina y las malas relaciones, llego lo inevitable: el
divorcio. A lo contrario de lo que todo el mundo podría pensar, esta época es
una que recuerdo con mucho cariño. Fue en la que tuve mi primera mudanza, en la
que me fui a vivir a ‘la casita’. No nos fuimos muy lejos ya que nos queríamos
quedar por el barrio, así que mama alquilo una casa a dos cuadras de donde solíamos
vivir y nos fuimos.
Podría describir esa casa como a
la palma de mi mano. Amarillo pastel por fuera, con un largo camino que
comunicaba el portón con la entrada. Al llegar, había un chalet de madera y una
platita de moras al lado de la puerta. Un living color verde claro te esperaba
al entrar, con dos sillones y una repisa en un rincón. Nuestra pieza era
bastante grande, con dos camas separadas por una mesa de luz. Contra la pared
estaba la cómoda con un espejo y todos los perfumes y cosas de mama arriba. La
cocina era chica pero, separado por una placa de madera, estaba el comedor. Una
puerta ventana daba al pequeño patio con un árbol en el medio, donde tenia
colgada una hamaca. Por ultimo, pero no por eso menos importante, estaba la
‘habitación de juegos’, que en realidad no era mas que la habitación que, se
suponía, era mía, aunque termino siendo un depósito de las cosas que no tenían
un lugar designado en la casa.