1 de febrero de 2017

Tengo un buzo turquesa y un short de jean oscuro. Al lado mio esta mi mochila con las cosas básicas y un libro. Lo traje para leerlo, pero la brisa en mi cara es demasiado hermosa como para desperdiciarla. 
Me siento con las piernas cruzadas y dejo que el viento me despeine. El edificio donde estoy esta apenas comenzando a ser construido. Debo estar en el tercer o cuarto piso, supongo yo, por la vista que tengo. El mar.  Por sobre los medanos y las plantas, la gente, el ruido, se encuentra el mar.
Está de color azul oscuro, que contrasta con el color oro de la arena y el verde de las plantas que rodean los medanos. Veo el balneario. La gente yendo y viniendo como hormiguitas llevando todo a cuestas. Veo a mi mamá trabajar, a mi abuela en el balcón del departamento, al chico que me gusta. Veo todo. Es como estar y no estar a la vez. Ser un ente que ve y percibepero que nadie nota.
Me gusta huir de lo que me rodea. Me siento más humana.
Me siento en paz.
Estoy en mi refugio, donde nadie puede venir a decirme nada, y donde puedo cerrar los ojos y volar.
Pasaron ya cinco años desde la ultima vez que pise Costa Del Este. Cinco años de la ultima vez que estuve en mi escondite secreto de cemento. Cinco años que se sienten como cien.
No se si me animaría a volver. Son demasiados recuerdos, y momentos hermosos que se pueden venir abajo con solo ver en que convirtieron mi paraíso costero. 
Dicen que uno no debe volver a donde fue realmente feliz, ya que puede no volver a sentir lo que sintió en ese entonces.  Es algo raro. Es una etapa que se termino y hay que aceptarlo.
Pero hoy,  me voy a ir a dormir con el recuerdo de esa chica de buzo turquesa,  sentada entre escombros y el pelo alborotado por la brisa del mar.